Cada ventana que mira
al féretro donde yacimos
tiene un recuerdo
de dos almas,
dos entes abiertos
que cuelgan como racimos
cuando danzamos
de cama en cama
y convertíamos
retazos del corazón
en fluidos de nuestros
cuerpos en llamas.
Miran donde quedaron
los huecos de palabras
obtusas.
Sonidos que retozaron
en nichos, almohadas
y caricias mudas.
Ahora, quizás deba
estarte agradecido
pues nos dimos lastre y alas,
yo, que no salí de la majada,
Y tú, que dándome sólo vacíos,
me has enseñado a añorar
tanto a tu cuerpo
como a la nada.