Era
un día lluvioso y el verde las paredes se derretía sobre el cuerpo
de Fran en aquella calle del centro. Desde su sitio solo se veía
basura, libros viejos con polvo entre sus páginas, y botellas vacías
como corazones la última semana de un agosto idílico. Por la
ventana entraba un hilo de luz que marcaba la sombra de los barrotes
del alfeizar. Era una imagen tétricamente bella que sería imposible
de explicar con certeza para el entendimiento de la mediocridad con
la que observáis. En el centro de ese suburbio una mirada perdida
viajaba mentalmente a momentos en el que todo aquello le parecería
importante dentro su vida. Hubo una época en la que una vida
rutinaria y una copa antes de acostarse era suficiente para ser
feliz. Quizás evitar pensar en la persona con quien dormía en esos
momentos era una negación necesaria para recordar esos momentos con
cariño, pero eso no evitaba que ella hubiera estado allí. Sin
embargo, siempre pensó que sería más feliz solo, no rendir cuentas
a nadie y poder vaciar botellas al ritmo con el que pasaba hojas del
calendario. Parecía un buen plan para un hombre cuyo recuerdo más
cercano al trabajo quedaba tan lejos como las duchas diarias. Se
levantó de esa silla y esperó a que se le pasara ese mareo para dar
el primer paso. Cojeaba desde hacía años pero tampoco se había
preocupado en conocer el motivo de este síntoma. Anduvo hasta
apoyarse sobre el marco de la ventana y observó durante un rato
mientras esquivaba que la luz le diera directamente en esos ojos casi
grises y enterrados por el mal llevado paso del tiempo. En la calle
cientos de personas paseaban, al parecer, muy atareados. A Fran
siempre le gustó observar a la gente sin que supieran que son
observados por que solo en ese momento es cuando alguien se comporta
sin tal y como es. Le gustaba encontrar personas que andaban
perdidas, desde su punto de vista, las personas que andaban con la
mente en otro sitio siempre eran las mejores que encontraba en su
vida.
En
la acera frente a esa casa, una chica de estatura media y muy bien
vestida entraba en una tienda de licores. Estaba aburrida de ese día
y buscaba algo fuerte con lo que matar a las horas de una forma suave
y entretenida. Abrió la puerta suavemente y entró en la sala con
presencia. Los ojos cansados de un vendedor casposo le observaron
desde detrás de un mostrador.
-
¿En que puedo ayudarle? - Se escuchó - No creo que pueda encontrar
lo que busca alguien como usted en un sitio así. - La voz del
vendedor se apagaba en las últimas palabras de cada frase como un la
luz de una linterna a la que se le están agotando las pilas.
-
¿por qué supone? - La voz de la chica sonaba melodiosa pero firme-
¿No cree que pueda satisfacerme ni aunque solo sea como un mero acto
social de venderme algo que pueda interesarme? Puestos a
suposiciones, dudo que pueda satisfacerme pero si me da una botella
de absenta al menos habré encontrado lo que busco y usted habrá
alcanzado el nivel máximo de satisfacción que podrá ofrecerme en
la mera relación vendedor-cliente a la que nos ceñiremos. Así que
deje de hablar y haga lo que le pido - mientras hablaba daba pequeños
pasos acercándose al mostrador.
-
No era mi intención ofenderla. - dijo el tendero en palabras que
sonaron a gruñidos -
La
chica bajó sus gafas de sol hasta la mitad de la nariz y dejó ver
unos ojos claros y sobre ellas. Su piel clara contrastaba con el
color oscuro de su sombrero y las palabras que salían entre unos
labios gruesos y carnosos hacían que a cualquier hombre le
apeteciera perderse en ellas. La chica cogió la botella y salió de
la tienda. Mientras cruzaba la calle tiró la bolsa de papel y metió
el absenta en el bolso. Camina perdida, llegó a la cera de enfrente
y se paró delante de unas pequeñas escaleras que llevaban al portal
de un edificio construido hace algunas décadas. La escalera de
incendios sobre este parecía tan oxidada que quizás algún día
fuera la causante de un problema mayor de los que pudiera solucionar.
Miró hacia arriba despacio hasta fijarse en el movimiento de vaivén
de unas cortinas en la ventana de uno de los pisos superiores. Se
quitó las gafas y las colgó de una patilla en su escote. Comenzó a
andar lentamente, consciente de la sensualidad del movimiento de sus
caderas y entró en el portal quedando atrás una calle llena de
ruido. Entró en el ascensor y subió hasta el cuarto el piso. Anduvo
por el pasillo que sucedía al ascensor y tras dejar atrás dos
puertas se paró frente a una rígida puerta de caoba con una mirilla
circular en el centro. Se miró al espejo que tenía en el bolso, lo
guardó y llamó tres veces fuertemente a la puerta. Se hizo el
silencio.
Fran
continuaba mirando por la ventana. Se dio la vuelta y vio su casa,
quizás había ido demasiado lejos, no pretendía ser así de
impresentable a pesar de la dejadez que se apoderaba de su vida.
Anduvo dos pasos y se preguntó por donde empezar - Es mejor empezar
por el principio - se dijo, y cogió una botella del suelo y la que
besó hasta que el alcohol le hizo toser. La dejó sobre la mesa y
recogió los trozos de comida seca del suelo, ordenó las botellas
vacías en el mueble de la cocina y llevó todos los libros a su
escritorio. Tras haber acabado se podría decir que parecía una casa
deshabitada pero una casa al fin y al cabo. Abrió las cortinas que
quedaron meciéndose a cada lado de la ventana y en el sillón. Sobre
la mesa solo habían quedado un par de folios. Quizás era un momento
bueno para empezar a escribir algo. Nunca había sido escritor pero
su carácter bohemio y ausente hacía que las chicas le tomaran por
algo parecido. Además siempre había pensado que la mejor forma de
conocer tus pensamientos era plasmarlos sobre un papel. Cogió la
pluma y escribió "Notas para un relato". Se inclinó sobre
la mesa y dio otro trago. Escribió el primer guión "Un hombre
que nunca ha logrado tener una vida personal fija, el sexo ya no es
suficiente pero...". Tres golpes sonaron en la puerta. Se hizo
el silencio. Maldijo internamente. - Sea quien sea, ya se irá. No me
apetece tener visitas ahora. Seguramente sea el idiota del mexicano
católico del pasillo de enfrente para regalarme otra jodida
estampita - Pensó. Pasaron diez segundos y cogió la pluma de nuevo.
Apoyó la mano sobre el papel. La puerta sonó de nuevo
interrumpiendo su pensamiento. Se levantó enfurecido y tiró la
botella contra la puerta. La botella no se rompió pero el golpe se
escuchó en todo el edificio. Se acercó cojeando a la puerta
mientras voceaba y blasfemaba. La abrió.
-
¿A caso quieres que te pateé el cul...oh... ¡Eres tú! - Sus ojos
se abrieron, parecía conmocionado. - Hacia tiempo que no sabía nada
de ti, ¿Qué coño haces aquí? - Se dio la vuelta y dejó la puerta
abierta.
-
He tenido recibimientos mejores pero me conformaré si me dejas
entrar, he traído algo para beber. - La chica entró y cerró la
puerta.
-
Llegas algo tarde, Mery. - Dijo sin mirarle a los ojos - No te
esperaba y llegas en mal momento. Muy de tu estilo, por cierto.
-
Sabes que ninguna de esas razones son suficiente para que mi llegada
no sea bienvenida - las palabras de ella siempre sonaban
convincentes, quizás ese fuera el secreto de que lo que dices acabe
siendo real, creerlo - ¿Qué estás haciendo y por qué tienes todo
recogido? ¿Estás viéndote con alguien?
-
Quizás me vea con alguien. No es algo que deba tratar contigo o que
deba preocuparte. - La áspera voz de Fran podía curvar el espacio
que los separaba con solo gritar un poco más - ¿Qué es lo que
quieres?
-
A ti. Te he echado de menos, cielo. - Apoyó sus manos sobre la mesa
y se quitó el sombrero.
-
Tengo hambre, ¿Te apetece algo de comer? - Levantó la vista y pudo
mirarla un segundo a los ojos antes de bajar la mirada de nuevo y
clavar los ojos en las pocas palabras que había escrito.
-
¿Vas a esquivar todo lo que te diga que pueda hacer que cedas
haciéndonos entrar en el bucle infinito que caracteriza nuestro
amor? o ¿vas a ponerme las cosas fáciles sin que tenga que meterme
tu polla en la boca antes de convencerte de que no puedes huir si soy
yo quien te sigue?
Fran
se levantó del sofá y cogió la botella que ella había dejado
sobre la mesa. La abrió y tomo un largo trago, después la cerró y
la dejó de nuevo donde estaba. Tumbó su cuerpo sobre el sofá y
pensó en el porqué de que ahora no quisiera nada de ella. Hacia
tiempo ya se habían estado viendo y tras la venta de su alma a un
amor, en el que nunca creyó, y tras retirar su coraza en el momento,
el que una lluvia de flechas se le venía encima, ella se fue y las
heridas de las flechas cicatrizan muy lentamente si te las cuidas tú
solo. No había pasado mucho tiempo desde entonces pero esa chica
parecía estar dispuesta a reabrir sus heridas cada vez que la costra
ya las había cubierto. No era la primera vez que se iba y volvía
pero la recaída tras levantarte suele ser siempre en aún más
profunda. Nunca le había faltado el sexo y tampoco era algo que le
preocupara. Tenía dinero para pagar a una puta si una noche se
sentía solo pero estamos hablando de una compañía distinta. Es
fácil sentirte solo aunque físicamente haya alguien a tu lado pero
es muy difícil que alguien elimine ese sentimiento sin estar a tu
lado de forma física. Ella era quien conseguía que los días
pasaran más rápido pero hay información que es mejor callarse para
que no se vuelva en tu contra. Fran volvió en sí y dio una vuelta a
la habitación con la mirada. Entonces se dispuso a hablar.
-
Sabes que una mamada no es tu punto fuerte y no esperes convencerme
de nada a estas alturas. Aún no sé que pintas aquí. - Bajó la
mirada de nuevo.
-
Estoy aquí por ti. Eres lo único que logra sacar lo que tengo
dentro y hacer olvidar la vida que he llegado a aborrecer con toda mi
alma. - Su voz sonaba casi a súplica pero él estaba prevenido de su
elocuencia.
-
¿Ya no estás bien en tus élites de snob con tu familia y marido
perfecto? Pensé que no querías estancarte conmigo y aún espero una
respuesta y una botella de vino que me prometiste la noche antes de
no volver a venir aquí. - Quizás había dicho más de lo que
debería – No debería haberte dejado entrar, Márchate.
-
Sé que te arrepentirías toda la vida si me fuera ahora mismo - Y
lanzó una mirada salvaje mientras se acercaba a él para besarlo.
Quizás
no podríais imaginar nunca el convecimiento de alcanzar un nirvana
absoluto que te produce mirar a los ojos a una chica así pero, si
algún día llegáis a saberlo, me compadezco de vosotros por ser
causantes, sin daros cuenta, de la pérdida de vuestra propia
voluntad. Fran no dudó en ningún momento de que lo que estaba
pasando fuera a pasar con ella. Siempre le ocurría y es que sus
palabras con dureza eran anuladas por la imprudencia de sus actos. Le
devolvió el beso y se abrazaron. Agarró su pelo y tiró con fuerza
mientras que con su mano izquierda destrozaba los botones de su
camisa. - No puede hacerme daño si solo es el ansiado sexo que he
melancolizado - pensaba. Ella desabrochó su pantalón y lamió su
pecho hasta llegar a sus muslos y meterse su polla en la boca.
Siempre había sabido como hacer un francés pero decirle que lo
hacía mal era la mejor forma de que se superara a sí misma. Su
lengua hacía círculos y el solo podía apretarle la nuca y gemir
entre aullidos. La levantó y la tiró contra el sofá. Metió la
cabeza entre sus piernas y la hizo gritar de placer hasta que ella le
empujó la cabeza con las manos, se colocó encima y empezaron a
joder como si no hubiera mañana. Estuvieron horas sin moverse del
sofá hasta que el cansancio les hizo tumbarse. Ella recostó su
cabeza en el hombro de él y jadeó. El sudor había empapado el sofá
y el vaho goteaba en los cristales por el contraste del frío que
hacía en el exterior. Fran dio un trago a la botella y se la ofreció
a Mery.
-
¿Sabes? Eres como esa llaga que te sale en el cielo de la boca que
duele, te molesta y curaría sola si fuera capaz de dejar de rozarla
con la lengua cada vez que me acuerdo de que la tengo.- Estaba
diciendo lo que pensaba, al fin y al cabo, el daño ya estaba hecho,
no creía que fuera a rechazarle de nuevo - eso eres. Una puta llaga
en mi vida. Te he echado de menos, nena.
Ella
permaneció en silencio. Siempre que el empezaba a hablar sobre un
tema así ella callaba, era la mejor forma de continuar escuchando
palabras que solo pertenecían a momentos como ese y debía saber
como prolongarlos. Él la miraba esperando una respuesta.
-
Tengo hambre, ¿te apetece algo de comer? - Contestó ella.
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